Los simpatizantes de los partidos políticos, en general, están pasando días de una sobrecarga emocional importante. Pero quien está, en particular, siendo sometido a un test de estrés que ni los bancos más solventes del planeta conseguirían aprobar es el militante socialista.
En los partidos con tintes presidencialistas, aunque se disfracen de otra cosa, las listas las hace y deshace su número uno provocando algún que otro disgusto pero sin mayores consecuencias. En los partidos con más tradición democrática, donde las bases tienen poder de decisión la cosa es un poco más elaborada: hay que hacer propuestas, elevarlas a las asambleas y luego deben ir recorriendo los distintos órganos de la estructura territorial del partido. Así funcionan las cosas, por ejemplo, en el PSOE.
Y el militante socialista, antes de haber podido superar los sinsabores de la elaboración de unas listas municipales y las consecuencias de unos resultados no tan malos en las urnas cómo se tradujeron en la conformación de los ayuntamientos, se han visto inmersos en la elaboración de listas al Congreso y al Senado, mezclando en el mejor de los casos, asambleas para analizar resultados de lo primero con las propuestas para lo segundo.
Con las prisas, a algunos líderes de la organización a veces se les olvida escuchar, en el amplio y profundo sentido de la palabra, a su militancia y a veces se les olvida algo tan sencillo y necesario como dar una explicación. Creen que pueden tensar la cuerda sin límites porque confían en esa militancia que salva al partido siempre que hace falta.
Esa militancia que es capaz de dar la cara en público por decisiones que, en privado, explica por qué no comparte. Esa militancia que hace campaña sin descanso, convencida de que está en el sitio adecuado porque el partido está por encima de las personas y es la herramienta adecuada para conseguir una sociedad mejor. Esa militancia que advierte de desviaciones ideológicas, de injustificadas complacencias, de inoportunas decisiones. Esa militancia que propone para construir y que rebosa lealtad bien entendida. Esa militancia es el mejor activo de los socialistas.
Y aunque la militancia no se merezca determinados silencios o excusas, sabe que no hay tiempo que perder, que no ha lugar al desaliento, que en julio hay una cita otra vez histórica, que es necesario, otra vez, estar a la altura de las circunstancias, salir a defender subidas históricas de becas y pensiones, la ingente cantidad de millones conseguidos a través de los Fondos Europeos o la buena política económica, reconocida por organismos internacionales. Sí, la militancia socialista dará la cara y superará con éxito, una vez más, el penúltimo test de estrés.