Plurinacionalidad, claro, calvo

Pedro Sánchez ya tiene todo el poder. Y esta vez, blindado. Su aval como secretario general del PSOE es la militancia. No es el líder por la gracia del aparato, de los compromisarios, delegados o barones; no, lo es por la gracia directa de la militancia  a través de las urnas. Y consciente del enorme poder y potencialidad que ello representa, Sánchez ya ha anunciado que las decisiones trascendentales del partido las someterá al voto de la militancia. Nada de congresos, asambleas, agrupaciones, grupos parlamentarios u otras instituciones. Los asuntos decisivos serán expuestos y votados por la militancia. Un partido asambleario. Un blindaje total para Sánchez. A ver qué barón, baronesa, presidente regional, líder autonómico o gestora se atreve ahora a discutir a alguien que basa su legitimidad en la democracia directa, en el voto de la militancia. Tremenda espada de Damocles sobre la ortodoxia.

El voto de los militantes y este congreso ha servido a Sánchez para poner el contador a cero. Da igual que haya perdido dos elecciones generales. Ahora las bases han sentenciado que esas derrotas eran fruto del mal ambiente, de la división interna y del fuego amigo de muchos barones. Pues se acabó. Ya no hay excusas. Los barones se han marchado al ostracismo y, seguramente, la militancia de sus territorios los irá decapitando, uno a uno, en las sucesivas primarias. La gente joven, los descamisados de los años ochenta de Guerra, ahora están con Sánchez. Es el cambio del siglo XXI. Es la nueva izquierda.

Y dentro de esa búsqueda de nuevas orientaciones, Sánchez ha logrado la aprobación de su proyecto de plurinacionalidad para tratar de solucionar el problema territorial de España. Ay, si los efímeros padres de la I República hubieran tenido esa herramienta dialéctica, seguro que los cantonalistas nunca hubieran gritado aquello de Viva Cartagena. Los disgustos que se hubieran ahorrado nuestros bisabuelos.

Pero ¿qué es la plurinacionalidad? Ah, tremendo debate que abre múltiples preguntas, como ¿cuántas nacionalidades hay en la nación española?, ¿hay varias velocidades? Y, sobre todo, ¿Qué es una nación?, ¿cuál es el pedigrí necesario para ser admitido en el club selecto de las naciones modernas, cultas y avanzadas que en este  siglo XXI han de conformar un Estado plurinacional? Lo siento por los de Cartagena. Tuvieron su oportunidad y la desaprovecharon.

¿Los mesetarios de las riberas del Bernesga y el Torio somos carne de cañón de la plurinacionalidad o no? Dios mío, la respuesta sería toda una tesis para la concejala e historiadora Margarita Torres. A ella con la plurinacionalidad frente a las primeras cortes democráticas del mundo, el primer fuero con el reconocimiento de los derechos humanos y, sobre todo, frente al Santo Grial. Va de retro, Sánchez.

Hay que esperar a ver cómo argumentan en estas tierras mesetarias los líderes locales del PSOE esto de la plurinacionalidad. A ver qué dice Tudanca, el reelegido in pectore secretario general del PSOE de Castilla y León. O el flamante portavoz del partido y alcalde de Valladolid, Óscar Puente, quien a lo mejor está pensando en sacar rentabilidad a lo de la plurinacionalidad y restablecer el fielato en el Pisuerga para que los bárbaros leoneses paguen su óbolo antes de cruzar el puente que les introduzca en la modernidad que supone la pluralidad.

Miedo me da preguntar su opinión a Tino Rodríguez, José Antonio Díez, Graciliano Palomo, Ibán García del Blanco o al mismísimo Gerardo Álvarez Courel, presidente de la mini plurinacionalidad berciana.

 

 

 

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