Hoy se celebra San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, una profesión que atraviesa un momento crítico. A la crisis económica, que ha propiciado el despido en toda España de unos 12.000 periodistas, se suma la crisis de la propia profesión, tanto en su modelo económico como en el informativo.
En lo económico, el periodismo, que vive fundamentalmente de la publicidad (menos abundante que en décadas anteriores y que elige otros soportes además de los medios), ha dejado de ser rentable, por lo que los medios tradicionales reducen plantillas y los digitales nativos siguen dándole vueltas a que eso de que ‘el todo gratis’ no puede ser, y que habría que empezar a cobrar por los contenidos, como hace el ‘papel’, esperando a ver quién es el primero en dar el paso.
En lo informativo, se prima la rapidez sobre la calidad, el sensacionalismo y el ‘chascarrillo’ fácil sobre la información elaborada y contrastada. De hecho, los periódicos ya no solo informan, sino que comunican, y están obligados a comunicarse con sus lectores, una interactividad muy buena para pulsar la realidad, para mejorar esa vocación de servicio a la sociedad de todo medio serio, pero que en ocasiones obliga a aceptar el criterio de la mayoría de los lectores como el único o el definitivo. Porque tanta audiencia tienes tanto vales. Da igual que rellenes tu medio con fotos hirientes o impúdicas, con opiniones ridículas o con noticias que falten a toda ética y profesionalidad, incluso que las copies o que te las inventes. Así, llama la atención que el único criterio para el reparto de la publicidad pública es el número de lectores, oyentes o espectadores que tiene un medio, o que dice que tiene, pues en esto los auditores no se ponen de acuerdo (los conocimientos informáticos abren la puerta a todo un mundo de triquiñuelas). Del ‘solo pongo publicidad en los medios de mi cuerda’ hemos pasado, en una década, al ‘dame algo a que agarrarme para que no me busquen las vueltas’. Y ese Golem es la audiencia, en demasiadas ocasiones con pies de barro. Entonces, se preguntan muchos jóvenes periodistas, ¿para qué esforzarse en investigar, en divulgar?
Y esa tiranía de la audiencia ha propiciado que crezcan como champiñones supuestos medios digitales, ‘piratas’, donde una persona aficionada a las películas de periodistas o dos amigos que no tienen otra cosa que hacer se montan una publicación desde su casa, sin estudios, sin licencias, sin empleados, sin pagar impuestos y sin saber ejercer la profesión, todo ello en ese entorno sin límites y sin una legislación clara que es internet. Mientras, las administraciones públicas no quieren saber nada de ‘patatas calientes’ e incluso sueltan ‘pasta’ a estos buscavidas cuando les llegan con audiencias trucadas, incluso inventadas, eso sí, representadas en unas gráficas de colores primorosamente diseñadas.
Pero a pesar estos problemas, a los que se suman otros como los bajos salarios en el sector, las largas jornadas, los contratos temporales… cada año se gradúan en España unos 3.500 nuevos periodistas. Muchos no podrán ejercer y tendrán que reciclarse hacia profesiones complementarias en el entorno digital (Community management, diseño, fotografía…) o incluso a otras totalmente ajenas. Pero nadie les quitará la ilusión de intentar trabajar en lo que les gusta, porque el periodismo es, sobre todo, una profesión vocacional.
Para evitar este ‘desastre’, las universidades comienzan a ofrecer nuevas posibilidades. Por ejemplo, la UFV ha puesto en marcha el grado denominado Periodismo especializado, digital y nuevos modelos de negocio y el CEU el de Comunicación Digital, en el que se imparte formación en diseño UX, redes sociales, comercio electrónico, SEO y SEM, gestión de tráfico online o branded content, entre otras áreas.
En cualquier caso, nada servirá para dar salida a los estudiantes de Periodismo si no se ataja el intrusismo. Y además del gran trabajo de los colegios profesionales y de las asociaciones de periodistas es necesaria la intervención decidida de las administraciones públicas. Que valoren la profesionalidad, la calidad de la información, las buenas prácticas, la ética periodística, la creación de empleo y, por supuesto, que atajen ese intrusismo de una manera decidida, legislando las que tengan las competencias o, simplemente, las que no las tienen, dejando de mirar para otro lado.