A las mujeres nos están matando y no se hace lo suficiente para pararlo. Esa es la realidad de la que mucha gente habla estos días mientras que otros tantos siguen llamándonos exageradas y mirando para otro lado. Más de 1.000 mujeres han sido asesinadas por sus parejas, exparejas u otro hombre que creía que eran suyas desde que se empezaron a contabilizar en 2003. La banda terrorista ETA asesinó a 853 personas mientras estuvo activa. Nadie pone en duda que ETA ha sido una lacra para este país. ¿Por qué en cambio las mujeres tenemos que seguir escuchando cada día la irrisoria cifra de denuncias falsas por violencia de género? Basta ya.
Soy mujer y tengo 26 años. Igual que Laura Luelmo cuando la asesinaron mientras salía a correr después del trabajo. Ella ha sido la última víctima de una larga lista que se va engordando con el paso del tiempo. Y quién me dice que yo, o tú si eres mujer y estás leyendo esto, no seremos la siguiente.
No quiero minutos de silencio. Ni días de luto. Ni mensajes políticos prometiéndonos seguridad. Lo que quiero es salir a la calle y no tener miedo. A las mujeres se nos prepara para tenerlo toda la vida. ‘No vuelvas sola a casa’, ‘escríbeme cuando llegues’, ‘no salgas a correr de noche’… Y quizá por rebeldía o por hacerme la valiente siempre respondía a mi madre que no exagerase, que ya nadie violaba o asesinaba a las mujeres que iban solas por la calle. Qué triste es tener que reconocer a los demás y a una misma que sí. Las madres tenían razón y no es justo.
Camino por la calle y me cuesta mirar a un hombre a los ojos, no vaya a ser que lo esté provocando por ello. Igual también lo hago inconscientemente para evitarme el enfado y asco que me producen las miradas obscenas, esas en las que da igual cuántas capas de ropa lleves que te sientes absolutamente desnuda e indefensa. Las sonrisas, los comentarios por lo bajo, los piropos…
Hay quien sigue escandalizándose porque ‘con eso del feminismo, a las mujeres ya no se os puede decir nada’. Si por un instante todos ellos pudieran sentir lo que es echarse a temblar como una hoja, así como tiembla de terror una mujer cuando se ve en esas situaciones, dejarían de dudar. Me cruzo por las noches con mujeres que caminan solas como yo, con la cara completamente desencajada y que respiran aliviadas y relajan el ceño cuando comprueban por el rabillo del ojo que quien camina detrás de ellas es otra mujer. En el instante en el que tú vas sola y a un hombre o a varios les parece gracioso decirte lo ‘buena’ que estás, a ti sólo se te pasa por la mente convertirte en invisible o echar a correr para que con un poco de suerte corras más rápido que él o ellos.
Nos matan y nosotras no somos el problema. Nunca. No es cuestión de a qué hora, ni con quién, ni cómo vamos por la calle. Nada justifica el asesinato de una mujer. Somos más que un objeto. No pertenecemos a nadie más que a nosotras mismas. Se supone que esas son las reglas del juego, ¿no? No hace tanto que fue el día de la Constitución y a la sociedad española se le llenaba la boca de ensalzar que vivimos en un país modelo, democrático, en el que todos somos iguales, el derecho a la vida y a la libertad de movimiento están recogidos en la Carta Magna, y ojo, sin toque de queda.
Y sí, que mencione el derecho a la vida no es casual. Porque me ha resulta llamativo y casi insultante que un partido provida, que ha obtenido 12 escaños en el arco parlamento andaluz, haya sido el que difunda una concentración en Ponferrada para condenar el asesinato de Laura Luelmo, mientras en su programa electoral defiende la derogación de la Ley de Violencia Machista.
Por último, no puedo cerrar esta columna sin pedir también perdón. Por fortuna, cada vez es más amplio el sector de hombres feministas. Nos dais vida. Perdón a todos vosotros por teneros también miedo. No todos os lo merecéis. Perdón: por las miradas compasivas en las que que nos suplicáis que a vosotros no, que gritan que no nos vais a hacer nada, por las veces en que sois vosotros los que os cambiáis de acera o reducís el paso al vernos solas y pasando el que puede ser el peor rato de nuestro día o de nuestra vida. Reconozco que esta barbarie también debe ser dura para vosotros. Nadie dice que todos sois iguales. Pero tenemos miedo y ante eso no vale sólo bajar la cabeza.
¡Soluciones! Seguir victimizando a las víctimas no soluciona nada. Llamar a los asesinos por su nombre alivia el dolor, pero tampoco pone fin al problema. Justicia, por favor. Sólo así se dejará de criminalizar a un género y masacrar al otro.