La historia de las enfermedades más terribles es también la de los medios utilizados para intentar no contraerlas, empezando por la ropa. Y de entre todas las prendas utilizadas, ha sido la máscara o mascarilla la que ha cobrado mayor protagonismo.
El ‘pico de pájaro’
Si hay una máscara que sobrecoge casi en la misma medida que la enfermedad de la que pretendía proteger esa es la utilizada por los médicos y el personal que atendía a los enfermos de peste. Porque a fin de evitar el contagio, utilizaban guantes de cuero, gafas, sombrero de ala ancha y un enorme abrigo de cuero encerado que llegaba hasta los tobillos. Sin embargo, lo más llamativo del atuendo era la máscara con forma de pico de ave, junto a la vara que se usaba para apartar a aquellos que se acercaban demasiado.
La forma de la máscara tenía varios propósitos. El pico impedía que el doctor se acercase al aliento del infectado. Además, podían rellenar esa zona con plantas aromáticas para mitigar los olores. La máscara también incluía ojos de cristal para salvaguardar los globos oculares. Sin embargo, ahora sabemos que solo podría haber sido útil en los casos de peste neumónica, que se contagia como hace en la actualidad el coronavirus. No así en el caso de la bubónica, que se transmitía por la picadura de pulgas infectadas procedentes de roedores, originando bubones en ingles y axilas.
El aspecto de esta máscara ha sido tan emblemático que, por ejemplo, en Italia, el ‘médico de la peste’ se convirtió en un disfraz popular, que tampoco falta en las películas de terror.
Uso generalizado de la mascarilla
El uso generalizado de la mascarilla se dio por primera vez a principios del siglo XX, con la llegada de la gripe española. La elegida era la mascarilla tipo quirúrgico, inferior en protección a la actual. Eso en el mejor de los casos, pues la mayoría eran de fabricación casera, con gasas, esparadrapos y otros materiales que ahora no pueden resultar ridículos pero que eran con los que se podía contar con aquel entonces.