José Rodríguez Cañueto, un oscuro vecino de la Cabrera alta, murió en Sevilla a fines de 1951 atropellado por un camión. Este hecho, al parecer, no fue involuntario. La policía, se dijo, fue quien eliminó a Cañueto, quien había matado a tres personas: una de ellas, el alcalde de su pueblo, Santa Eulalia de Cabrera. Otra, una mujer. Y la tercera fue el berciano Manuel Girón Bazán, el más carismático y valiente maquis de toda España.
Rechazado inicialmente por la guerrilla, que desconfiaba de él, Rodríguez Cañueto fue aceptado por Girón en su grupo después de la absurda matanza de Santa Eulalia, que cometió exclusivamente para demostrar su fiereza y su supuesta condición revolucionaria. Ya miembro del pequeño núcleo de los últimos maquis leoneses, aquel infiltrado de la policía tenía un trabajo muy claro: esperar a que Girón quedara a solas con él para disparar sobre su cuerpo y sobre su leyenda.
El crimen tuvo lugar en un roquedal al sur de Molinaseca, cerca de las puentes de Malpaso. Con Girón y con Cañueto estaba también en aquel momento Alida González Arias, compañera sentimental del guerrillero asesinado. Desde aquel día funesto Alida González tuvo que soportar la infamia de una complicidad en la muerte de Girón que jamás se produjo ni podría producirse. Todo lo contrario. Alida González Arias, que falleció hace años en Salas de los Barrios, el pueblo natal de Manuel Girón, fue la otra víctima del asesinato de su pareja. Desde aquella fecha de luto, Alida González, que fue pobre y emigrante, vivió su larga viudedad como una ignorada y ejemplar Madre Coraje del Bierzo.
Siendo yo todavía niño, escuché por primera vez hablar de Girón en el patio del colegio de San Ignacio. El relator era un muchacho que procedía de la zona de Borrenes. Aquel compañero, algo mayor que yo, hablaba de un hombre muy valiente que había organizado batidas contra los guardias civiles de Franco en las cercanas y a la vez remotas tierras de la Cabrera. También por los altos balcones pétreos del Bierzo deshabitado.
A partir de entonces Manuel Girón quedó en mí como un gran mito, como el rebote legendario de un pasado prohibido. Girón fue un secreto que me había sido desvelado. Un reverso crudo y terrible en la vida vigilada y rutinaria de la España de Franco que era la única que yo conocía. Como cualquier niño de entonces.
Tantos años después, ya avanzada la transición política, dejó de ser tabú la historia del maquis del Bierzo, de la Cabrera y de la sierra orensana del Eixe. Del maquis berciano que estudiaron a fondo, entre otros, los historiadores Secundino Serrano, Carlos Reigosa y Santiago Macías. El maquis nuestro, tan terrible como literario. Tan cruel como heroico. Fue algo tan tremendo, tan lleno de vida y de muerte a la par, que se podría decir que su pálpito aún permanece vivo en los atardeceres de las Peñas de Ferradillo, corazón abrupto de la tierra maquis del Bierzo. Alma de su tristeza, su quimera y su desgarro.
El maquis perdurará por muchos años y décadas. Su esmalte de bravura y sangre cubre los nombres de los lugares donde la guerrilla tuvo sus refugios principales, sus debates, su frío, su hambre y sus derrotas. También sus increíbles, cinematográficas victorias. Nombres como Corporales, Cunas, Chavaga, Castrillo de Cabrera, Casaio, Columbrianos, Ocero, Soutadoiro, Paradela de Muces, Ricosende, Pozos, Lago de Carucedo… están impregnados de la vida de aquellos hombres que se lanzaron al monte huyendo de la tortura y de la muerte.
Manuel Girón Bazán y sus compañeros de lucha vivieron la más intensa expresión del arrojo y la ferocidad. Pero todo estaba llamado a terminar muy mal, y así fue. Los últimos años del berciano Girón, que había sido cazador y cavador de viñas antes de la guerra en su pueblo, constituyen una de las experiencias más singulares que español alguno vivió después de la guerra civil. Girón resistió nada menos que quince años en el monte, desplazándose de noche, abrazado a su trágico destino. Él fue el mejor compañero en el combate. Duro, intuitivo, frío, solidario y gran tirador. Su trayectoria tanto tiempo pasto del silencio y la falsedad, nunca la olvidaremos.
CÉSAR GAVELA