PREMIOS MUJER 2024

Leo

Argentina tiene nuevo emperador coronado en su imperial territorio del fútbol. En ese país, en el deporte del balón, nunca se pone el sol. Leo Messi ha levantado el cetro de majestad que es la Copa del Mundo. Ya es, para muchos, el más grande de la historia.

La polémica está servida en el ágora del gran debate global de la caprichosa pelota. Messi o Maradona. ¿Quién es el verdadero César? Argentina es un país único para mitificar el Olimpo del fútbol, máxime, si sus divinidades vosean. Las grandes pasiones se alimentan de disyuntivas, y muy difícilmente, de ilativas. Y es que nuestra civilización hace ya mucho que es monoteísta en lo de arriba y en lo de abajo. Divinidad declina en singular.

Diego Maradona fue el arquetipo de la Argentina profunda de Martín Fierro, porque el personaje ( ¿o habrá que decir el dios?) concatenó las circunstancias del triunfante nacido en el arrabal, la tierra que es, por obligación, del pícaro, del superviviente. Es compadre de Gardel y de Evita. Conformado el triunvirato, era cuestión de tiempo elevarlo a santa Trinidad sin cábalas de misterio. Maradona jugó como vivió. Astuto con el balón, no lo mostraba, lo escondía, y engañaba al rival con la inesperada zorrería del embaucador. No conectó con una ciudad cosmopolita y burguesa como Barcelona, pero se adueñó de las voluntades de Nápoles y los napolitanos, tan cerca y cercanos a los calostros de su vida.

Leo Messi, tardó en llegar a hacer sombra a Diego. Ya es profeta en su casa. El rosarino vino con el pecado original de no ver la primera luz en Buenos Aires, la urbe que succiona todo lo argentino de norte a sur y de este a oeste. Aprendió a mimar el balón en Europa. Barcelona, España y todo el continente, le adoró y le temió, le rindió pleitesía antes que su patria. Era un futbolista europeizado, lo que equivale a desclasado en la pureza de sangre que reclama para el fútbol la nación, la suya, que ha hecho de este juego una filosofía existencial. Su acento y jerga carecían de la musicalidad porteña. Se vestía de frac para jugar, al modo de los directores de orquesta. No ocultaba la pelota como Diego, al contrario, la mostraba como un mago o un prestidigitador que hipnotizaba al espectador. En este mundial, sabedor de que era la última bala en la recámara, se permitió desplantes al estilo Maradona. No era atinado distinguirse en exceso.

ÁNGEL ALONSO

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