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Laciana en el siglo XVIII a través de la sal: El alfolí de Rioscuro y la custodia de los libros de la sal

La sal en aquella época era un recurso imprescindible no sólo para la conservación de alimentos, sino para la economía y la sociedad de los territorios
Legajo del documento de los privilegios adquiridos cerrado con un lazo con tonos rojizos. / Sergio Carro

En el valle de Laciana la sal era un bien tan preciado que la comarca ocupó en el tránsito de la misma un lugar estratégico. Tanto es así que como elemento central en la organización administrativa y social de la región, recibieron una “ejecutoria real” al respecto para establecer una serie de normas y privilegios que regularan tal magna actividad.

Uno de los puntos clave en la distribución y almacenamiento de la sal en Laciana fue la histórica pedanía de Rioscuro, un depósito que albergó un papel trascendental en la gestión de este recurso. Además, el consistorio de la comarca custodiaba -y sigue custodiando- los llamados Libros de la Sal datados concretamente en el año 1758 y 1789 respectivamente. El segundo libro, más tardío, viene a ser un privilegio conseguido por “los vecinos Concejos del Sil de Abaxo, Sil de Arriba, Tejedo y Mata de Otero, las Babias […]” Mientras que el primer libro concerniente al concejo de Laciana se enunciaba de la siguiente manera:

Ejecutoria ganada por el Consejo de Hacienda en 19 de Diciembre de 1758. En que declara que el Concejo de Laciana pueda surtirse libremente de aquella sal que necesite para el consumo de sus vecinos y ganados. 

Un documento que registró meticulosamente las transacciones y el control de este bien tan valioso pero que permitió privilegios con respecto a otros territorios. De todos modos, el privilegio de Laciana, marcó un precedente para las zonas limítrofes para exigir una mayor libertad de uso.

Y es que desde que el mercado de la sal comenzó a adquirir una notable relevancia estratégica para la economía del reinado, los reyes se empeñaron en conseguir el control absoluto de su mercado y por supuesto el de su abastecimiento. Un objetivo que consiguieron mantener durante muchos siglos, reinase quien reinase. Por orden expresa de Alfonso VII, en 1137 el estanco (Monopolio) de la sal de las salinas del reino quedó en su poder y cuando en 1338 Alfonso XI ordenó que toda la sal que entrase o se produjese en su reino, “por ser la sal derecho real”  tuviese que adquirirse necesariamente a través de sus “hacedores” sin permitir otro tipo o fórmula mediante la que  introducir la sal en los mercados, el comercio de la sal quedó definitivamente en manos de la corona.

Por esta misma razón, toda la sal que se produjese o se introdujese en el reino, debía de almacenarse en los alfolíes reales: almacenes exclusivos para la distribución de la sal, al frente del cual había un receptor. Cada uno de estos alfolíes tenía asignada un área de influencia a la que estaba obligado a abastecer y nadie podía vender o distribuir sal en esta área que no fuese el receptor del alfolí o alguna “tienda de sal” que la hubiese comprado en el alfolí de referencia. De no ser así, cualquier otra distribución sería una práctica fraudulenta y una intromisión considera ultraje a la corona. Aunque bien es sabido por la numerosa documentación, que los encargados de estibar la sal en los puertos, algunos representantes municipales, algunos recaudadores encargados de almacenar la sal en los alfolíes o incluso los transportistas, se reservaban una porción de sal para ellos. El contrabando supuso un problema para la corona, y ¿qué territorios tenían más incidencia de actividad delictiva en la geografía? Pues Asturias, el norte de León y Zamora fueron de los lugares que más oposición pusieron al monopolio desorbitado de la corona. Un caso paradigmático fue el pleito por “contrabando de sal” en el siglo XVII cuando el receptor de la sal del alfolí de Gijón acordó entregar un partida de sal a unos ganaderos trashumantes que marchaban con el ganado para la zona de las montañas del norte de León.

El Alfolí de Rioscuro: Centro de distribución de la sal 

El Alfolí de Rioscuro era uno de los tantos almacenes de sal que existían en España durante el siglo XVII XVIII. Dichos alfolíes, muy conocidos en la época como alfolíes reales, eran depósitos controlados por la Corona donde se aglutinaba y almacenaba toda la sal previamente a su distribución. La sal era un monopolio real, y su venta y distribución estaban estrictamente reguladas. Salvando las distancias, es algo parecido a los monopolios y oligopolios actuales: BlackRock y Blackstone con las miles de vivienda en su propiedad, Meta con las redes sociales, Appel, Nestlé, Intel, Mc Donald´s, etc. 

El Alfolí de Laciana, situado en la localidad de “el carnero de oro”, era un lugar estratégico en la comarca, ya que permitía el acceso a este recurso a las poblaciones locales y a las comunidades rurales que dependían de él para la conservación de alimentos, especialmente en una época en la que no existían métodos modernos de refrigeración.

Extracto del artículo de Concepción Camarero Bullón en “Geografía de la sal a mediados del siglo XVIII”.

La importancia del Alfolí de Rioscuro no se limitaba solo a su función como almacén. Era también un centro administrativo donde se registraban las entradas y salidas de sal, se controlaban los precios y se aseguraba que el monopolio real no fuera vulnerado. La sal que llegaba al alfolí provenía de las salinas reales, como las de Poza de la Sal en Burgos, y era transportada a través de rutas comerciales que conectaban las zonas productoras con los puntos de distribución en el interior del país. 

La importancia del Alfolí de Rioscuro no se limitó al siglo XVII. Siglos después, en 1866, la Gaceta de Madrid publicó un anuncio oficial en el que se mencionaba el alfolí de Rioscuro en el contexto de una subasta pública para la contratación del servicio de extracciones e introducciones en las minas de Almadén. Este anuncio, aunque no se refiere directamente al Alfolí de Rioscuro como depósito de sal, muestra que la localidad seguía siendo un punto importante en la administración y distribución de recursos en el siglo XIX. En el anuncio de la Gaceta, se detallan las condiciones para la contratación del servicio de transporte de materiales, incluyendo la sal, desde y hacia las minas de Almadén. Aunque el foco principal del anuncio eran las minas de mercurio, la mención de Rioscuro como punto de referencia en la logística de transporte refleja la continuidad de su importancia estratégica en la región.

Cabecera de la Gaceta del 14 de mayo de 1866. / BOE

 

Fragmento donde se menciona la pedanía de Rioscuro en la Gaceta del 14 de mayo de 1866. / BOE

Actualmente, la edificación sigue en pie, y mantenida por los sucesivos herederos de la casa. “Es un complejo bastante grande” asegura a este medio uno de los vecinos de la localidad. “La entrada desde el camino sugiere que es grande pero tiene una corral interior amplio y se decía que tenías que conocer bien el interior para no perderte por los corredores e incluso pasillos escondidos”, siguió explicando.

Entrada del entonces alfolí de Laciana en la pedanía de Rioscuro. / Sergio Carro
Camino empedrado y a la izquierda, junto al banco de madera, la entrada a la casa que albergaba el alfolí y a la derecha de la imagen la Iglesia de la Asunción. / Sergio Carro

El libro de la sal: la lucha por los derechos que corresponden al pueblo

Este legajo que custodia el Ayuntamiento de Villablino con celo desde hace 4 siglos, contiene entre sus hojas información sobre las cantidades de sal que entraban y salían del Alfolí de Laciana, además de datos sobre los precios, los impuestos aplicados y exonerados. Desde luego, toda una joya que habla de la sociedad lacianiega en la época y que convendría dar a conocer mucho más allá de nuestras montañas. Ya que la sal no solo era un preciado recurso económico, sino también un elemento vertebrador en la vida cotidiana de los habitantes de Laciana. En una región donde la agricultura y la ganadería eran los motores económicos. Utilizando la sal en la elaboración de productos como el queso -que era uno de los principales alimentos de la dieta local-.

[…] Para que los Concejos, Villas, y lugares del dicho reinado (León) se pudiesen proveer libremente de la Sal, que se introducía en el Principado de Asturias y sus puertos, como más cercanos al dicho reino, o donde les fuese más conveniencia y no en consideración de constituir el caudal de dichas montañas, y reino en ganado, y acopiarse todos los veranos, por la dificultad de alturas el acarreo, y su carestía, que ya prohibía la cría […]

Así comenzaba la carta que enviaron a Carlos III, conocido como “el político”, consiguiendo años más tarde la contestación favorable para lograr un suministro más justo de la sal. Este privilegio no era único, pero sí un ejemplo destacado de cómo las comunidades locales podían obtener concesiones en un sistema tan localizado como el monopolio real de la sal, y con sucursales que garantizaban dicho control a través de los receptores y trabajadores de los alfolíes reales.

Portada del Libro de la Sal, custodiado en el Ayuntamiento de Villablino. / Sergio Carro

Este privilegio fue de notable importancia en una etapa histórica en la que la sal estaba eminentemente sujeta a la Corona. Con todo ello, y a falta de analizar todo el contenido que en este legajo se trata -pues su transcripción requiere de tiempo-, tal vez este privilegio supuso una mejora en las condiciones y reduciría exponencialmente el contrabando y el fraude. Circunstancias que querían evitar a toda costa dado que la sal estaba sujeta a impuestos reales, y cualquier desviación en su distribución o venta podía suponer un perjuicio para las arcas del reino.

Y como decir refranes, es decir verdades: el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Entre el férreo control de la Corona, la influencia de los Alfolíes, los estibadores, los transportistas y algunos representantes municipales, la situación se hizo tan insostenible que hizo estallar todo por los aires, y la gente llana del valle de Laciana, obligó a hacer más accesible la sal. Tanto es así, que según palabras de una vecina de Rioscuro, “era común que las familias guardásemos pequeñas cantidades de sal en nuestras casas como amuleto contra el mal y la enfermedad”. Desde luego, un valor simbólico que se sumaba a su importancia económica y cultural.

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