Para la mayoría de las personas, esta situación anómala, desagradable y en ocasiones dramática que estamos sufriendo, les ha permitido disponer para sí mismas de un tiempo que la velocidad a la que discurrían sus vidas les vedaba. Algo bueno hay que concluir de momentos que se superarán, pero que hay que torear día a día.
Aquellas cosas a las que les dábamos importancia y se constituían en prioridades, se han revelado no ser tan importantes y por el contrario, pueden ser relegadas a segundas e incluso en ocasiones a terceras instancias. Dicho de otro modo, nos hemos centrado en lo que siempre fue importante y que se nos estaba olvidando.
Pondría como ejemplo la familia, pero se podrían citar muchas más cosas que son importantes, que siempre lo fueron, y seguirán siéndolo. Pero, frente a este hecho, que no carece en absoluto de importancia, y que quizás se deba poner en cuarentena su durabilidad, adquieren relevancia otras cuestiones que podríamos calificar como de menor importancia, o de nula importancia, incluso como inútiles.
Voy a defender la necesidad y la utilidad de lo inútil. Debo decir en mi descargo que no es una idea original mía, ni siquiera es una idea original, pues desde los albores del pensamiento se ha realizado esta propuesta de forma reiterada por aquellos a los que les gusta reflexionar sobre las cosas simples de la vida.
Puede parecer una contradicción irresoluble sostener que lo inútil es útil. No es cierto, me propongo demostrar que esto no es así. Las actuales circunstancias nos ayudarán a entender mi propuesta. Parto de la base que ahora estamos haciendo cosas que no solo podrían parecer inútiles en otros momentos, incluso podrían parecer cosa de gente no muy cuerda. La mejor forma de aclarar estas afirmaciones es poner algún ejemplo.
Sirvámonos para ejemplificar conductas raras o muy raras en tiempos normales el salir a tocar las palmas a la terraza. Cualquiera que saliera todos los días a la misma hora a tocar las palmas en su terraza no pasaría desapercibido por sus vecinos y probablemente sería calificado como de loco.
Se trataría de una conducta que no aportaría nada a nadie, salvo quizás, una satisfacción difícil de clasificar al autor de conducta tan inusual. Además, sería una conducta considerada como inútil. No se podría hacer ningún reproche a quienes así la considerarán.
Peo, este criterio que es absolutamente razonable, ¿Lo es en estos momentos? No lo creo. Salvo que concluyamos que nos hemos vuelto locos todos, cosa que de momento considero que no ha ocurrido, podemos afirmar fruto de una lógica cartesiana irrefutable, que lo inútil se ha convertido en útil.
¿Y por qué ha ocurrido esto? Sencillamente porque lo consideramos así. El acto de aplaudir en las terrazas es el mismo, no ha cambiado nada, sí lo ha hecho nuestra imaginación y percepción de las cosas.
Otro ejemplo: la policía da vueltas y vueltas por la ciudad haciendo sonar sus sirenas y activando sus luces de emergencia. Acto que generalmente provoca inquietud entre los ciudadanos. Ahora es una forma de reconocer a estos el esfuerzo que están haciendo solidariamente de permanecer confinados en sus casas. No es muy práctico, pero sí muy emotivo y nos ayuda a todos a sentirnos vinculados los unos con los otros.
Se podrían citar más conductas que usualmente no son nada útiles, pero que dependiendo de nuestra percepción de las cosas y de las circunstancias concurrentes, se convierten como por arte de magia en útiles, e incluso muy útiles. Aprovechemos para hacer aquellas cosas inútiles o que al menos así las hemos considerado, y que no las podíamos, o no queríamos hacer por un cierto pudor debido al sentido de culpabilidad.
Pensemos en las musarañas, o simplemente no pensemos en nada. Son buenas medidas para afrontar un largo encierro, liberar tensiones entre los confinados y limpiar nuestra mente de preocupaciones. Convirtamos lo aparentemente inútil en algo útil.