Si hace años, algún astorgano hubiera pronosticado que en torno al humilde cocido maragato iba a surgir un pujante sector económico, capaz de promover inversiones y puestos de trabajo, es muy posible que le tildaran de visionario. Y si, además, se hubiera atrevido a anticipar que el condumio se iba a convertir en un cualificado recurso turístico, equiparable a cualquier otro de los que integran nuestro patrimonio artístico o monumental, hasta es posible que el mentado astorgano llegara a ser calificado de loco, por lo disparatado de su conjetura.
Mi madre no llegó a vivir el actual sentimiento de exaltación colectiva -y puede que excesiva- del cocido, pero si llegó a conocer sus comienzos y no se explicaba cómo era posible que la que había sido para muchas familias astorganas la comida única -y por ello obligada- durante muchos años, de lunes a domingo, se empezara a convertir en un menú muy apreciado por comensales procedentes de toda España y hasta del extranjero. Y lo que también le llamaba mucho la atención, es que los que se desplazaban a Astorga o a otro pueblo de Maragatería para degustar el cocido, lo hicieran en cualquier época del año, incluso cuando más apretaban los calores del verano, lo que, bajo su punto de vista, no dejaba de constituir una insana e insensata herejía gastronómica.
Porque si hemos aceptado que las bicicletas son para el verano, en lógica correspondencia debemos asumir que el cocido es para el invierno, al menos, hasta que el omnipresente cambio climático nos propicie la contemplación de una copiosa nevada el Día del Patrón Santiago, lo que de momento no parece probable por mucho que alarmen los ecologistas apocalípticos.
Pero como me estoy alejando del tema inicial de mi artículo, me vuelvo a centrar, resaltando, como decía líneas arriba, que el cocido se ha convertido en los últimos años, en un dinámico sector económico y lo más curioso es que lo ha hecho de forma casi espontánea, sin que haya mediado una estudiada estrategia empresarial o un diseño inteligente de política económica o un sesudo análisis académico sobre las posibilidades de desarrollo sociológico de nuestra comarca.
Y es que, por esas cosas inexplicables de la vida, el cocido ha ido ganando posiciones entre las preferencias gastronómicas de un amplio y muy plural número de comensales, una circunstancia que, al mismo tiempo, ha propiciado la especialización de muchos establecimientos en esta tradicional comida, y la creación de otros que, viendo el éxito de sus colegas, no han dudado en sumarse a la corriente cocidera para tener asegurado un numero apreciable de clientes.
Hay que reconocer que en el éxito del cocido también tuvieron mucho que ver, además de la calidad y generosidad de las raciones que se servían, los precios razonables que aplicaban los restaurantes, aunque, como es habitual en nuestra tierra, tampoco faltaron algunos establecimientos que, aprovechando que el Jerga pasa por Astorga, quisieron matar prematuramente la gallina de los huevos de oro, incrementando, sin razón ni motivo, los precios en una busca apresurada de mayores beneficios empresariales. Por fortuna, ahora se ha recuperado la sensatez y los restaurantes de Astorga y comarca cobran lo que tienen que cobrar, con ligeras variaciones, lo que no es fácil en estos tiempos de inflación y subida disparatada de los precios.
A lo largo de su historia, Astorga ha ido perdiendo alguna de sus industrias más caracterizadas, como la del chocolate, que llegó a tener aquí un nivel de desarrollo muy notable según lo acredita el hecho de que en 1914 llegaran a funcionar en nuestra ciudad hasta 49 fábricas de forma simultánea.
Esperemos que esta otra industria que he bautizado, tal vez indebidamente, como la `industria´ del cocido maragato, perviva durante muchos años. En primer lugar, porque como decía líneas arriba, ha sido capaz de crear, con la decisiva implicación de los restauradores, riqueza, empleo y, también, esperanza en muchas zonas de nuestras geografía local y comarcal, que o bien se han despoblado o bien se encuentran en un acelerado proceso de pérdida de población.
Y, en segundo término, porque salvo que alguien me demuestre lo contrario, no contamos con demasiadas alternativas a este sector económico al que, por cierto, las Administraciones también deberían apoyar con más entusiasmo, estableciendo líneas de ayuda para la creación, mejora o modernización de los establecimientos y promoviendo campañas publicitarias para difundir el conocimiento del cocido maragato, más allá de nuestras fronteras, en línea con los objetivos del Día Internacional del Cocido, que se celebró el pasado día 27 de febrero, eso sí, sin pena ni gloria.
A ver si el próximo año surge alguna idea brillante para justificar la celebración y, de paso, para rentabilizarla, que en los fogones maragatos hay mucho talento.
Angel María Fidalgo