Hay pájaros en el tejado. Con sus cabezas pequeñas percuten al aire, oteando el horizonte en
miradas concisas e inocentes. La niebla va encumbrando al castro y lo dota de un señorial e
implacable temor que se me cuela por los huesos, como el frío castellano que se mete por entre las
ropas en las mañanas de invierno. Los árboles del castro mecen sus copas al son de la música ligera
que trae el viento, y la naturaleza se me ofrece limpia, sin la mácula negra que durante tantos años
vistió la imagen de su ladera. Algunos claros pasan veloces a un lado de la cresta, pero la cima sigue
gris, imponente, inalterable a un paso del tiempo que se nos escapa de las manos cada vez más
deprisa y que, poco a poco, deshilacha las apretadas costuras de los cuerpos curtidos que habitan en
su falda, que recorren sus senderos ahogados por el peso del carbón, un carbón que ya no cargan
los vagones oxidados, abandonados a su suerte en las vías muertas de unas minas olvidadas. Esas
viejas almas se van consumiendo en el recuerdo de la prosperidad de antaño. Cada paso hacia el
futuro es un pensamiento hacia el pasado, girando en un bucle eterno que les impide avanzar. Sólo
el cuerpo es fiel testigo de la amenaza del tiempo. Sólo las carnes flácidas y los cansados ojos
revelan el gran misterio de este pueblo yerto, surgido al amparo de un castro que dio cobijo a sus
gentes en los difíciles comienzos de la vida y que, irremediablemente, muere lentamente a sus pies,
como muere la esperanza con el pasar de los años.
Un pedacito de sol se escapa por entre las nubes y clarea los tejados. Quizás sólo se trate de eso, de
dejar que el sol entre en mis pensamientos y claree mi percepción. Quizás la muerte sea el paso que
necesite la vida para venir con el ímpetu del verde frescor que late en los ríos y en sus riberas.
Quizás este pueblo necesite morir, quien sabe… Sospecho que el castro tiene la respuesta. Lo miro
desde mi ventana y le lanzo la pregunta. Los árboles se ríen y me envían la respuesta en el susurro
alegre de sus hojas. Ahora ya lo sé. No necesito más tinta. La cumbre empieza a brillar. La tierra
está llena de vida.