Hace unos días supe del paso de Javier Lostalé por la ciudad mínima y albergue máximo de Astorga, de la mano profesoral de Luis Miguel Suárez en sus renovadas “Tardes de autor” que son, sin duda alguna, una nueva mirada sobre la cultura que intenta, a mi entender, escapar de lo más inmediato proyectando a esta más allá de Benavente, donde resulta que también hay vida, como suele repetir un buen y provocador amigo mío.
Enhorabuena Luis Miguel, porque en tí se superan las cadenas del aula siendo que tu mirada de los demás se convierte en camino propio digno de ser recorrido con serenidad y subrayado con precisión. Muchos esperamos expectantes tu eclosión creativa en este mundo tan especial y tan reducido de la literatura que merece la pena, y del que tú habrás de formar parte.
Pero quería hablar de Javier Lostalé, a quien no reconozco en las fotografías publicadas estos días por el montón de años transcurridos y que, sin embargo, tan importante fue para mí durante un corto pero intenso periodo de tiempo, que sitúo en la segunda mitad de los años sesenta del pasado siglo y, quizá, a comienzos de los setenta, aunque no estoy seguro. En mi memoria quedó ese joven, ya maduro, de buenas melenas y verbo atropellado que me empujaba sin compasión en mis primeros pasos –yo era cinco años más joven que él– en el ámbito cultural madrileño, entonces en ebullición precursora de nuevos tiempos.
A Javier le debo la apasionante aventura de presentar mis poemas al codiciado premio Adonais, para lo cual se movilizaron con sus máquinas de escribir amigas mías de la vetusta –entonces, quién lo diría hoy– Telefónica, hasta formar un libreto en varias copias que en un ilusionado sobre hice llegar a la editorial, y del que nunca volví a saber nada. ¡Cuántas tardes en su casa hablando de poesía, de César Vallejo y de Víctor García Robles! De Mistral… del misterio del occitano Mistral, Frederic Mistral, el cantor de la Provenza que sería premio Nobel en 1904, junto a nuestro José de Echegaray…
Nerto, Mireio y Calendau, tres obras de Mistral que quedaron ancladas en mi memoria para siempre por la devoción de Javier Lostalé hacia este poeta y que hoy, tantos años después, le devuelvo en recuerdo agradecido sumándole, estoy seguro, al menos un lector más que, curioso con estos recuerdos, se habrá de acercar a ellas.
«Adeu, Mireia, que’l temps volat
Veiem la vida que tremola
en ton cos, com un llum que ja s’està apagant.
Abans que mori és necessari
que anem, que anem, sense pensar-hi,
envers el cel: convé arribar-hi
abans que ella hi arribi! és necessari en gran!»
Juan Manuel Martínez Valdueza
16 de enero de 2017