La política está herida de muerte. Nadie la defiende salvo los políticos, y éstos, porque viven de ella. La política siempre ha estado ahí, esperando que alguien la utilice, se vista de ella y se arme de valor para dirigir su pueblo, su ciudad, su nación. Para ser político hay que tener el don de darse a los demás a cambio de nada. Todo comienza preguntándose el porqué de las cosas y autoconvencerse de que es posible cambiarlas, mejorarlas.
Pero a la política le han salido garras, dientes afilados y alas poderosas. Del consejo de notables del pueblo se ha cambiado a la partitocracia, donde primero debes crecer bajo las ubres de las siglas determinadas y, sólo mucho después, con suerte y astucia llegarás a ocupar puestos relevantes en el sistema que nos hemos fabricado.
La individualidad disfrazada de comunidad, la mentira como discurso, el cortoplacismo en la agenda del día y fachada, todo una gran tramoya para representar la tragicomedia de cada día.
El mayor escándalo de la democracia española se lleva por delante a todo un partido político en una región del sur. No pasa nada. Nadie se rasga las vestiduras y hasta se pide indulto al Gobierno de compadres para evitar la cárcel. La deshonra la ganaron hace muchos tiempos, muchas legislaturas. Y los que gobiernan con los del tiro en la nuca, con los del chantaje diario a cambio de mantenerse en el poder tragan. Tragan y redoblan la apuesta de lo absurdo, de lo temerario y ponen el destino de millones de personas en juego a cada decreto que aprueban, a cada Ley que imponen en su mayoría podrida de ego y rencor.
Mi hijo me pregunta cómo puedo amar tanto la política con lo que sucede cada día con ella. Me explica el rechazo que provoca en la mayoría de los adolescentes y jóvenes de esta nación y cómo los pocos que se acercan a ella lo hacen con postulados extremistas de uno u otro signo. Y lo peor es que tienen razón. Caminamos hacia el triunfo de la abstención que no es otro que el del abandono del interés por lo público, por el prójimo, por los demás. Y llegará el día en que unos pocos, tan sólo los desalmados, se hagan con todo.