Yo no sé a usted, querido lector, pero a mí me parece que en este país nuestro perdemos demasiado tempo por culpa de los muchos memos que tenemos en plantilla y de la gran cantidad de memeces que aquellos producen en su diario quehacer político. Porque, como ya habrá adivinado a estas alturas del artículo, el hábitat natural de los memos y sus memeces está íntimamente relacionado con la actividad política y/o parlamentaria y/o legislativa.
Ha sido la elaboración primero, y la aprobación después de varias leyes lo que ha propiciado la aparición en la escena pública de numerosos tontos que han intentado por tierra, mar y aire, centrar el debate político en torno a cuestiones de tan hondo calado y amplia trascendencia social cómo si se puede matar una rata de un escobazo, con o sin saña, o si nuestra condición sexual es cisgénica, transgénica o medio pensionista, o si la celebración del día del padre esconde en el fondo una cierta ideología de inspiración franquista, que es de todo punto inaceptable. Faltaría más.
Y por si todo lo anterior no hubiera sido suficiente, nuestros memos de plantilla han impulsado la suprema memez de la temporada primavera/verano, organizando una moción que no se sabe si es de censura o de apoyo al Gobierno. Cuando escribo estas líneas todavía faltan horas para la mentada moción, pero creo que no me equivoco si adelanto que va a ser una maniobra inútil, protagonizada por un animoso profesor nonagenario, muy alejado ideológicamente del partido político que lo patrocina, y con el pintoresco propósito de desgastar políticamente, no al presidente del Gobierno sino al jefe de la oposición. Una novedad en la cartelera de nuestra joven democracia.
Todo lo señalado hasta aquí podría ser más o menos asumido por la ciudadanía española, tan acostumbrada históricamente a superar incapacidades y disparates de sus dirigentes. Pero es que ya hemos llegado a una situación límite, porque mientras muchos siguen en el ruido, las maniobras de distracción y la ocurrencia más o menos extravagante, los graves problemas que de verdad ocupan y preocupan a los ciudadanos siguen sin solucionarse y, lo que es peor, se mantienen muy alejados de las actuaciones programadas o previstas por los partidos a corto o medio plazo.
Así, a vuela pluma se me ocurren algunos, pero por su relevancia destacaría el problema de la sanidad que, como se ha visto, todavía no ha sido afrontado con seriedad y con serenidad por nuestros políticos que, en lugar de buscar soluciones consensuadas, han preferido seguir perdiendo el tiempo en debates ideológicos sin sentido y en acusaciones, que no tienen otro propósito que la inmediata obtención de beneficios electorales o partidistas.
Y mientras tal cosa ocurre las listas de espera mantienen su tendencia al crecimiento desbocado, como el malestar de los profesionales y el cabreo de muchos pacientes a los que se les agota la paciencia cuando comprueban que la curación de sus enfermedades depende más de la divina providencia que del sistema público de salud.
José Luis Díaz Villarig, presidente del Sindicato Médico Cesm en Castilla y León declaraba no hace mucho que ahora es necesario, más que nunca, llegar a un pacto sanitario, con la participación de los profesionales del sector y los agentes sociales, porque solo así es posible asegurar el mantenimiento de una sanidad pública y universal.
Naturalmente, este pronunciamiento ha vuelto a caer en saco roto y no ha tenido ningún resultado práctico, porque nuestros próceres ahora están a otra cosa, que no tiene que ver con la adecuada gestión de los intereses generales, sino con la cercanía de las próximas convocatorias electorales.
Ya se sabe que cuando hay elecciones, lo que corresponde, es la descalificación radical del contrario, la aprobación generalizada de dádivas para la captación masiva de votos irreflexivos, el establecimiento de promesas electorales de usar y tirar, y la búsqueda apasionada casos de corrupción, reales o manipulados, de los contrincantes para desviar con urgencia el sentido del voto.
Para los responsables políticos, los verdaderos problemas de la ciudadanía como el sanitario, o el de la sequía, o el del incremento del precio de los alimentos o el del paro juvenil siempre son aplazables ante el objetivo fundamental, que es el poder, y luego Dios dirá: si sale con barba, San Antón; y si no, la Purísima Concepción.
Angel María Fidalgo