En Castilla y León siempre hemos sido más de seguir la tendencia nacional que de marcar una propia corriente. Desde los orígenes de la autonomía hemos sido más de seguir al dictamen que provenía de un alto despacho a través del mando provincial de turno y casi cuarenta años después, para bien o para menos bien seguimos igual.
Sin olvidar que Juan Vicente Herrera está en sus dos últimas coincidencias con Mariano Rajoy adoptando un tono reivindicativo y de sacar un poco los colores al presidente de su partido, se explica esta actitud como la de alguien que siente que su tiempo se termina y comienza a poder expresarse con la rotundidad y cierta tenacidad que se le echó en falta en pretéritos años de más condescendencia.
Y como la moda, la opinión pública y la publicada coinciden en señalar que el partido naranja, los Ciudadanos de Albert Rivera, tras cómo se ha desarrollado el proceso catalán -y lo que te rondaré morena- han sido los ganadores y más beneficiados, pues eso, ahora todo el mundo parece apuntarse al equipo orange porque mola más que los carcas esos del pepé. El fenómeno, en todo caso, tiene más de urbanita y de construcción mediática que de realidad. Aquí, en Castilla y León, seguimos careciendo de grandes urbes, salvo Valladolid y un poco Burgos o León, por lo que la ley de contagio hacia el naranja no parece vaya a ser muy espectacular en nuestro contexto rural. Somos más de PP o PSOE, aunque los emergentes sigan erre que erre ganando enteros para próximos comicios.
Además, Ciudadanos no cuenta en Castilla y León con una estructura de cuadros, de dirigentes, de gran calado y conocimiento. No hay figuras de peso específico. Y salvo su portavoz en Cortes, Luis Fuentes, que se esfuerza estas semanas en sacar pecho, lo cierto es que en general actúa como muletilla popular.
ABC