Cada vez se instala de forma más firme en nosotros la creencia de que ya no volveremos a hacer cosas que antes considerábamos rutinarias o que incluso ni siquiera nos dábamos cuenta de que formaban parte de nuestra vida si darle la menor importancia.
Algunos han decidido adoptar la mascarilla como parte permanente de su ropero y se afanan en elegir los modelos más acordes con el resto de su indumentaria. Bien, es una opción para marcar distancia con el pasado que siempre consideramos mejor. No sé si se puede afirmar que todo tiempo pasado fue mejor sin correr el riesgo de equivocarse. Lo que sí se puede afirmar con cierta solvencia es que estamos incurriendo en una progresiva pérdida de cosas de las que éramos depositarios.
Entre esas cosas de las que nos hemos visto desprovistos destaca una que considero importante desde el punto de vista estético y práctico; la sutileza. Benedicto XVI es un maestro en el arte de usar la sutileza en todo momento y condición. Me permito estar de acuerdo con él en que no se puede prescindir de tan importante recurso si se quiere suavizar las dificultades y favorecer el entendimiento.
La sutileza surge de un espíritu cultivado y un intelecto sólido unido a convicciones firmes que permiten flexibilidad de pensamiento y comprensión hacia las divergencias ajenas. Esta flexibilidad no debe confundirse con debilidad. Es totalmente compatible la firmeza en nuestras creencias con una estética cortés y refinada que sea el envoltorio de una ética asentada en el convencimiento de que por mucho que creamos representar o saber, las opiniones de los demás requieren de consideración y, si acaso, de un repliegue de aquello que considerábamos irreductible.
Es un verdadero placer revisar los vídeos de Benedicto XVI enseñando doctrina a cualquiera que quisiera escucharle, con una perfecta dicción, independientemente del idioma que usara, tono sosegado y precisión en sus formas y contenidos. ¡Lástima no tener muchos ejemplos como el suyo!
Impregnar nuestras acciones de sutileza las dota de mayor contenido, y son más agradables de recibir por nuestros destinatarios. Favorece la comunicación, tan necesaria en estos días y con ello hace más feliz a la gente. Es cierto que algunos se encuentran muy alejados de la sutileza porque Dios no pensó en ellos a la hora de repartirla, quizás porque les compensó con lo que ellos entienden como constancia y que a veces se convierte en intransigencia.
La sutileza va acompañada necesariamente de elegancia. Impide tener que ruborizarse por haber sido grosero en el trato a los demás y dejar en evidencia nuestra falta de inteligencia y carencia de educación. La vulgaridad que nos rodea a todos los niveles hace todo menos atractivo, más aburrido y monótono. Hemos convertido la elección de una mascarilla en algo relevante y esto es un signo de que no tenemos grandes empresas en ciernes.
Quizás con la renuncia de Benedicto XVI se cerrara el último episodio de dignidad unido a la honestidad de un personaje de tal relevancia. Hay que ver también la sutileza y finura de tal gesto. Miremos a nuestro alrededor y pensemos en alguien que sea capaz de tal cosa actualmente. No son buenos tiempos para la sutileza, ni para la inteligencia que parece nos han abandonado. Espero que no de forma definitiva.