Caboalles de Abajo vibra cada Viernes Santo a golpe de tambores, de cornetas, de recuerdos, de fundas impecables y cascos que iluminan el camino. Vibra también con la sirena del Pozo María anunciando la salida de la procesión. Desde la iglesia nueva, el Cristo de los Mineros inicia su peregrinaje a hombros de aquellos que hoy vuelven a vestir funda y casco.
En el templo, la banda de cornetas y tambores de la cofradía, hace el pasillo a la salida del Cristo. La Virgen Dolorosa es su escolta, cubierta con un manto negro en señal de luto. Son las mujeres quienes, vestidas de riguroso negro, portan la talla.
A paso lento pero firme avanza la comitiva, a golpe de tambor y de corneta. Lo hace por las calles estrechas y pendientes de Caboalles de Abajo. Silencio absoluto entre los cientos y cientos de asistentes en señal de respeto hacia la identidad minera de la comarca.
La sirena del Pozo María vuelve a sonar. Es la primera parada. La comitiva se detiene en la Capilla que alberga, durante todo el año, la talla religiosa del Cristo de los Mineros, que data del siglo XVIII. Allí, las voces de las mujeres del coro parroquial entonan cantos religiosos que emocionan.
Cae la noche. La luz de las lámparas de los mineros guían el camino. Ahora la procesión se dirige al monumento de los mineros, que se ubica en la calle Carreirón. Toque de sirena y ofrenda de corona de laurel en memoria de todos los fallecidos en el tajo.
Tras este sencillo tributo, la comitiva atraviesa el puente, alumbrado por antorchas, y pone rumbo hacia la iglesia, donde tiene lugar uno de los momentos más simbólicos: el reencuentro, frente a frente, del Cristo de los Mineros y la Virgen Dolorosa. Los costaleros y las costaleras, a una sola mano, alzan las tallas, hasta que ambos pasos se encuentran cara a cara. Es el final de la procesión del Cristo de los Mineros. La que acude fiel a su cita desde el año 1971. La que es nudo en la garganta. La que rinde tributo a las raíces mineras del valle.