Ángel de Paz Fernández, de feliz recuerdo de su estancia en Astorga como catedrático y director del instituto y otras dedicaciones de carácter docente, acaba de publicar un interesante libro con las memorias de su padre, el maestro Francisco de Paz Álvarez, que también ejerció su labor docente en varios pueblos de la Maragateria. A modo de semblanza y diario de guerra, Ángel de Paz nos ofrece estas Memorias del Cabo Nonide, que perpetúan de algún modo la rica experiencia de Francisco de Paz.
¿Quién era el Cabo Nonide? ¿Cuál fue su trayectoria vital?
El cabo Nonide era el alias de mi padre entre sus compañeros de Morteros. Lo bautizaron así en cuanto se incorporó a filas, a primeros de octubre de 1936. La razón era muy simple: su físico les recordó a un capitán que habían tenido con ese apellido. Mi padre, que tenía mucho interés en pasar desapercibido, incluso lo fomentó, pues firmaba sus cartas entre ellos con ese mote. Fue un maestro, como tantos miles, sancionado y depurado. Era una persona culta, sensata y poco amiga de figurar. Amaba la naturaleza y la vida en el campo. Salvo el curso que ejerció en Nalec (Lérida), tras su depuración, siempre prestó sus servicios en la provincia de León: Robledo de las Traviesas, Moldes, Santiago Millas, Lillo del Bierzo, Noceda y Ponferrada. Casado con Hortensia Fernández, tuvieron cinco hijos y, además de formarnos y educarnos, consiguieron que todos estudiáramos e hiciéramos carrera. Era muy sensato y sus consejos siempre eran apreciados.
¿Por qué consideró que era necesario sacar a la luz esta semblanza y diario de guerra de Francisco de Paz Álvarez, es decir, esta historia viva y documentada de su padre?
Publicar su diario de guerra era un deber moral para mí. Hacía muchos años que hubiera tenido que hacerlo, pero diversas circunstancias lo impidieron. Casi me alegro de no haberlo hecho entonces, porque no habría explicado algunas cosas que ahora he podido hacer. Su peripecia vital fue muy parecida a la de otros muchos, pero pocos podrían presumir, como hacía él en un artículo en Aguiana, de ser a la vez maestro represaliado y haber prestado sus servicios en el ejército de Franco. Si yo o alguna de mis hermanas no lo publicábamos, todas o casi todas sus aventuras en la vida política de los años 30 se habrían perdido. Yo tenía, además, una obligación especial: su diario fue el tema de nuestra última conversación en vida.
¿Cómo era Lillo del Bierzo, su localidad de nacimiento, en aquella época?
El Lillo de mi infancia era un pueblo con las penurias de todos los pueblos en aquellos años de postguerra, pero yo y mis hermanas Victoria y Hortensia lo teníamos idealizado. Yo lo he tenido toda la vida. Había muchas privaciones; no había agua y había que ir a buscarla a las bocaminas. Abundaban los casos de tuberculosis y silicosis; pero era una gente amable, solidaria y entrañable. Los últimos años vivíamos en una casita con azotea que añorábamos siempre en la casona lúgubre de la Rectoral de Noceda. Con algunas personas hemos mantenido unas relaciones permanentes, casi familiares. La escuela de mi padre era humilde, pero aireada, soleada y alegre. Al menos así la recuerdo yo. Creo que mi padre allí se sintió realizado profesionalmente y tuvo algunos alumnos brillantes que mantuvieron amistad con él toda la vida.
¿Qué avatares destacaría a lo largo de los años 30 sobre Francisco de Paz, militante socialista condenado por sus ideas y por ser «persona altamente peligrosa», según se decía en la jerga de la época?
Militó algún tiempo en el Partido Socialista y más en la UGT. Sé que escribía en la prensa, aunque no conservo ningún artículo suyo de aquellos años, y también que intervino en mítines durante las elecciones de aquel tiempo. Lo que no acabo de entender es que fuera «una persona altamente peligrosa». Su talante era más bien tranquilo y apaciguador, y así lo testimonian su vida y sus escritos posteriores. El mítin de Noceda, cuyo contenido sé por mi madre y por él mismo, podría ser un trozo del Éxodo o de la Carta del Apóstol Santiago. Estos días ha sido muy comentado el lío que se ha formado por la grabación de un vídeo en la catedral de Toledo. Por mucho menos a mi padre le quisieron matar. Al estudiar esa época de su vida descubrimos que incluso lo habían propuesto para acceder al cuerpo de Inspectores. Nunca nos lo había dicho.
Su padre, Francisco de Paz, fue maestro en varios pueblos, entre ellos Santiago Millas, pero fue expedientado y separado del servicio. Háblenos un poco de este incidente.
La separación del servicio fue fulminante, como les sucedió a unos cuantos maestros de la provincia. Apareció en el Boletín de la Provincia de León en octubre del 36, pero el expediente que se ha conservado es posterior, de mayo del 37. Unos cuantos maestros fueron «paseados», así que no debían de tener prisa por hacer expedientes. Mi padre tuvo suerte y amigos y familiares que le ayudaron, porque, como él decía, «podía contarlo». Pese a sus servicios e informes favorables en el ejército, cuando, al terminar la guerra, pidió su reingreso en el cuerpo, no se lo concedieron por las buenas. Pasó por un expediente de depuración y no pudo incorporarse hasta el año 1942-43. Hasta su recurso al Supremo, resuelto el 20 de mayo de 1972, no se le reconocieron los años perdidos, ni siquiera los que había estado en la guerra. Pese a esto, él nunca se mostró amargado, ni nos dejó traslucir a sus hijos todas las penalidades.
¿También fueron a buscarlo con intención de «pasearlo», tal como sucedió a muchos de sus compañeros?
Sabemos que fueron a buscarlo un grupo de matones de Astorga por lo menos tres veces. Dos a Santiago Millas y una a Noceda. Posiblemente fueron más veces, pero no nos consta. Yo le pregunté varias veces quiénes eran esos matones, nunca me lo dijo. «Aquellos eran unos elementos de cuidado; no queda nadie en Astorga, todos se fueron para Madrid», me dijo en una ocasión. Supongo que no quiso darme más datos porque él los identificaba bien. La última vez que los vio estaba haciendo guardia en el Cuartel del Cid, y es la única ocasión en que oí a mi padre una especie de bravuconería. «Yo tenía el fusil cargado, y por si acaso, me coloqué en posición». «¿Hubiera sido capaz de dispararles?», le pregunté. «Nunca se sabe, en esas circunstancias…», me respondió. En el libro explico los detalles fundamentales de las tres ocasiones.
Ángel de Paz, autor de este libro, fue director del instituto de Astorga, concejal del Ayuntamiento de Astorga, diputado provincial y director provincial de Educación. ¿Qué recuerdos tiene de aquella época?
Guardo unos recuerdos entrañables de Astorga y muy especialmente de aquellos años de la Transición. Creo que fuimos un poco «Quijotes», pero era necesario serlo en aquellas circunstancias. En Astorga he vivido ocho años, pero mis recuerdos y gratitud a Astorga superan mucho lo que podrían representar esos años. Desde el Seminario me fui a la Pontificia de Salamanca, donde habitualmente nos identificaban por la diócesis; así que yo era de Astorga. Astorga era el intercambio obligado en nuestros viajes a Salamanca por el Ferrocarril del Oeste. Luego, en el instituto obtuve mi primer destino en las oposiciones, y allí aprendí lo fundamental para el gobierno de un centro docente. Siempre seré un poco de Astorga. Creo que a mi padre le ocurría lo mismo; por sus estudios en el Seminario y luego por su primer destino oficial en Santiago Millas. Siempre fue un devoto de Astorga, a donde le encantaba venir cuando vivíamos nosotros allí.
Volvamos a la semblanza de su padre. ¿Podríamos decir que de alguna manera fue un héroe? ¿Cuál es el objetivo de la publicación de este libro?
Mi padre no tenía talante presuntuoso de héroe. Posiblemente contribuyó con su buen hacer a salvar alguna vez a sus compañeros, y a salvarse a sí mismo, pero no era esa su manera de ser. En su diario aparecen a veces discrepancias con sus jefes por la posición de los morteros; pero debía estar muy seguro de lo que hacía, porque luego todos lo querían y apreciaban. Ya he dicho antes que un motivo fundamental de publicar esto es conservar la memoria y que se vea que las cosas en aquellos años no fueron tan simples. Muchos, como mi padre, se salvaron en el ejército de Franco, aunque inicialmente no eran adictos a sus ideas. Lo mismo sucedió en el otro bando. Luego la vida los fue llevando por uno u otro lado, pero salvar la vida siempre ha de ser prioritario. Los que, como mi padre, vieron tan cerca la muerte, quedan marcados.
Francisco de Paz Álvarez, su padre, participó activamente en el comité de la UGT y en el socialismo de Astorga. Era amigo, entre otros, de Miguel Carro Verdejo, alcalde que fue fusilado.
Participó activamente en el comité y conocía a todos los miembros que fueron fusilados. Cuando en la primera corporación democrática se acordó dedicar una calle a Miguel Carro Verdejo, él me había llamado y casi ordenado que votase a favor. Lo tranquilicé y le dije que Luis, el alcalde, y todos los de la UCD, votaríamos a favor. Se quedó tranquilo. Como sucedía con los matones, tampoco de los militantes y miembros del comité me dio detalles, a pesar de que, a veces, hablábamos de ello. Era una página pasada y no le apetecía volver sobre ella.
¿Qué le quedó por hacer a su padre?
Siento mucho que mi padre no pudiera publicar el diario. No habría explicado el antes y el después que he explicado yo, pero habría escrito algo precioso sobre su Sección de Morteros. La guerra para él fue como una liberación y se encontró con unos compañeros y ambiente que le hicieron abandonar los miedos y peligros anteriores. Toda la vida mantuvo las amistades y las relaciones creadas durante la guerra y, generalmente, sus compañeros le escribían con la misma admiración y respeto que tendrían a un oficial superior, no a un simple cabo. Nonide los conocía a todos y sabía de sus pueblos, novias y aficiones. Habría hecho mucho más que el diario: un estudio humano de la sección, jefes incluidos.