PREMIOS MUJER 2024

Amos Oz contra la ceguera y el desvarío

Quiso la ventura, cuando penetraba en los capítulos iniciales del primer ensayo de Amos Oz en mis manos, que entre las noticias recientes tomara voz la de la muerte del autor del libro.  “El mismo mar” primer libro que conseguí leer de este autor cayó en mis manos por pura curiosidad, cuando decidí interesarme por algún escritor israelí; me atrapó lo que relata y cómo lo hace (afirman quienes pueden leerlo en su idioma original, el hebreo, que los relatos son escritos en verso). Los conflictos familiares, sociales, políticos, o a causa de la edad y el sexo te ponen ante un escenario en el que  hace brotar la voz de la propia conciencia en quien lee. Hasta la muerte, Fima, La caja negra o No digas noche son algunas novelas y colecciones de relatos en los que se ha de entrar a través de la curiosidad, imaginación y una dosis de sentido del humor. Quise saber qué tipo de vida correspondía a quien de este modo escribe y describe y descubrí así a hombre sosegado, templado pero intransigente con quienes se niegan a la paz. Nacido cuando Hitler acababa de rescindir el pacto de no agresión con Polonia y se engrasaban los cañones que meses después empezarían a sonar en Europa, fue un hombre cuya clarividencia surgió de grandes contradicciones, ateo venido al mundo en la ciudad Santa de Jerusalén, defensor de la creación de dos Estados en la zona; a los quince años, tres después de que su madre se suicidara, puso distancia con un padre de ideas conservadoras al sumarse a la causa socialista y adentrarse en un Kibutz, donde además cambió de apellido —pasó a ser Oz (coraje) en vez de Klausner. Lanzó piedras contra los vehículos británicos que patrullaban las calles de Jerusalén cuando multitud de jóvenes y niños judíos pedían a los ingleses que se fueran de allí (primera intifada en aquella zona, según él mismo ha escrito, y ejemplo de ironía de la Historia, pues eran judíos contra ingleses ocupantes—). Con diecisiete años, fue testigo de la Guerra del Sinaí y, ya adulto, movilizado para participar en la guerra de los Seis Días y en la del Yon Kipur. Vivió viendo a su país embarcado en las dos guerras del Libano, las Intifadas palestinas, los conflictos de Gaza y Cisjordania,  desde entonces, empezó a escribir a dos colores (azul o negro) tratándose de literatura o de un artículo contra el Gobierno. A causa de su posición favorable a una solución pactada en el conflicto fue también recriminado por los integristas de Israel, por alzar la voz contra la ocupación de Cisjordania, de los territorios ocupados. Cuando en una reciente entrevista le preguntaban acerca de la decisión de Donald Trump trasladando la embajada de USA de Tel Aviv, dijo que era favorable a esto, que debía darse en el sector occidental de la ciudad, pero al tiempo debían abrirse embajadas en la parte oriental, zona Palestina de la ciudad. Su sueño habría sido un Jerusalén, dijo, con una embajada palestina en la zona occidental y otra israelí en la zona oriental.

En su último libro, “Queridos fanáticos” nos trae reflexiones muy en boga cuando se trata de hacer consideraciones por los conflictos actuales. Por ejemplo, cuando afirma que “a medida que las preguntas se vuelven más difíciles y complicadas, aumenta el ansia de más y más personas por obtener respuestas sencillas, de una sola frase, respuestas que señalen a los culpables de nuestros sufrimientos. Mantiene que el mundo se vacunó contra las atrocidades de principios de siglo XX, lo que produjo en las generaciones siguientes una contención que ha durado unas cuantas décadas —los racistas se avergonzaban un poco de su racismo, los fanáticos que quieren arreglar el mundo han tenido un poco de precaución con sus revoluciones—. Todo esto, estas vacunas, afirma Oz, están perdiendo su efecto, el odio, el desprecio por el diferente, el ansia de machacar de una vez por todas a los malvados, todo eso vuelve a levantar cabeza.

La creciente infantilización de multitudes de personas en todo el mundo no es casual para Amos Oz, porque hay quienes están interesados en ella y quienes cabalgan sobre ella buscando poder o riqueza, y estos prefieren a sujetos simples, infantiles,  por ser más fácilmente seducibles. En sentido similar, afirma algo tan lúcido como que “las capacidades que necesita el aspirante para ser elegido son casi opuestas a las capacidades que se necesitan para liderar”. Tampoco deja libres de cargo a los medios de comunicación, quienes, como en la antigua Roma cada día arrojan a los leones a dos o tres víctimas famosas, culpables o inocentes, para divertir a las masas y desviar su atención. Mantiene en el ensayo, que cada vez sectores más amplios de la población votan en las elecciones a quien consigue emocionarlos o divertirlos, a quien se burla de las reglas del juego. Nos deja en sus escritos una receta aconsejable receta, la capacidad de reírse de uno mismo, algo que permite que nos vean al menos por un momento como nos ven los demás, que nos vaciemos de nuestros aires de grandeza y dejemos de darnos importancia, cosa que no suele darse entre los fanáticos, entre los cuales no había visto nunca alguien con sentido del humor.

No levantó la voz contra el fanatismo de Oriente medio, como ha señalado algún diario español, sino que lo hizo contra todo fanatismo, en su tierra o fuera de ella, porque además, a su juicio, casi nunca es posible acabar con una idea a palos, menos aún, con fanáticos sin sentido del humor. La capacidad de reírse de uno mismo es algo que permite que nos vean al menos por un momento como nos ven los demás, que nos vaciemos de nuestros aires de grandeza y dejemos de darnos importancia. El viernes veintiocho de diciembre, a tres días de finalizar 2018, se despidió amos Oz. Quedan sus escritos, unos con bolígrafo negro, otros con azul.

 

Alberto González Llamas

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